Homenaje a dos sueños.

Te he convertido en un ser de otra dimensión, alguien que no existe, alguien que está en una realidad paralela, ajena y lejana, donde no vivo y no existo, donde no respiramos el mismo aire ni andamos por las mismas calles.

Un habitante del pasado, alguien que sólo existe en mi mente; como un ser que no vive en mi mundo, ni en mi ciudad, ni en mi barrio; un habitante de mi imaginación, un personaje ficticio, un ser que jamás ha pisado mi planeta; un protagonista de aventuras y anécdotas que no sé si existen, que no son reales.

Y la vida que recuerdo juntos parece una historia distante, una película que algún día vi o algún sueño que algún día tuve y del cual ya desperté y nunca fue cierto, no pasó, no me pasó a mí y no fui yo quien estuvo ahí.

Existes porque te lo permito, de mí depende tu existencia. Existes porque estás en mi mente, porque te recuerdo, porque te invento y te sueño, pero a la vez no existes porque no estás conmigo, no en este mundo y no te veo, no te toco y no te siento.

El primer post del año dorado.

24 de enero del 2015

No suelo creer en agüeros, tal vez tenga fe en uno que otro, según mi conveniencia. Por ejemplo como suelo tener afinidad con el número catorce hace un año pensaba que el 2014 sería un hermoso año, dudosamente claro. Para sorpresa de mi variable incredulidad lo fue.

Hace un año otra era la vida.

Siempre han estado presente esas constantes ganas de luchar; esa energía acumulada en el cuerpo buscando la forma de manifestarse haciendo algo; esas motivaciones presentes en los colores, la luz y las personas, todo ese todo queriendo materializarse.
El miedo, también presente en cada pequeña cosa, miedo al lo nuevo, al amor, al riesgo, a los problemas, a la distancia, al tiempo y a las circunstancias, miedo de perder. ¿Perder qué?

Hace exactamente nueve meses, decidí trabajar en algo que podría aumentar mis ingresos. Allí podría no sólo llenar ese vacío… en mi billetera, también tendría el tiempo que en otro trabajo no tengo, ese tiempo de mí para mí. Tiempo para leer, dibujar, escribir, estudiar, dormir, llorar, amar, perdonar, soñar y crear.

Al principio contaba los días, una cuenta regresiva de este “retiro espiritual remunerado”.
Luego el tiempo mental era más que el tiempo real, y la realidad era que los días no tenían número, no eran sábado o miércoles, todos eran días por igual.
Llegué el día noventa y dos (92) pero, los números son infinitos, y mi último número dejó de serlo dos veces, así que dejé de contar el tiempo, no más últimos días.

Entonces tuve tiempo para mi cuerpo, para trotar y ejercitarme. Ahora hacia deporte con sonidos nuevos para el cuerpo que antes creía viejo.
Era tiempo para hacer lo que generalmente no hacia con constancia.
Todos los libros que quería leer hicieron un acuerdo y conocí las historias que ellos me quisieron mostrar.

Lo volátil no era ahora mi memoria, lo volátil era el clima que cada día iba y venía con algo más: hojas, lluvia, ranas, sol, moscos, mariposas, polvo, libros, pájaros, sueños y amor…
Sí, amor. Ese amor más terco que el sol.

Tuve el cabello verde, azul, rubio, morado, lila, rosado y fucsia.
Fui generosa, impulsiva, cursi, intuitiva y hambrienta.
No escribí ni un sólo libro.
Le di vida a una corbata y la convertí en señuelo.
Lloré hasta la risa.
Me deprimí y me lamenté.
Maldije al mundo para después pedirle disculpas y agradecerle su crueldad.
Viajé por aire y por tierra, desde enero hasta diciembre.

Entablé una bella amistad con Sira Quiroga, Alicia Forrick, Masters and Johnson’s y mejoré mi relación con Don Draper y Ian Curtis.
Leí a mis amigos Bukowski, Cortazar, Poe, Hemingway y Verne. Conocí a Jack London, Antonio Porchia, Kundera, Thoreau y Fitzgerald. Amé y odié a Alejandra Pizarnik e increíblemente desmentí la mala fama que en mi adolescencia habían dado a Pablo Cohelo y le cree una fama propia.

Bowie sonó durante todo un trimestre, Arcade fire por semanas no consecutivas, Metronomy balbuceó mis cacografías, The National causó lagrimas, Sixto Rodriguez me endulzó con su azúcar y Bob Dylan arrulló mis cuentos.

Hoy me encuentro en el mismo lugar donde empecé, en la misma habitación donde hace nueve meses llegué con varias ilusiones e infinitas ganas de amar.

Es el mismo lugar, pero no soy la misma persona.

La distancia, los libros, la gente y el tiempo (el tan nombrado tiempo) han sido factores variables en estos meses. Un día estamos cerca otro lejos, con ojos para libros y ojos para gente, con poco tiempo para reflexionar acerca del clima o las noticias pero con suficientes segundos para medir la temperatura de los bosques que habitan en un par de ojos.

Debo decir que ahora que todo esto parece tanto, el temor al mundo “de afuera” es confuso. Confuso porque existe, (supongo que las cosas que uno más desea causan temor y eso las hace más valiosas) pero a la vez se dispersa con la alegría de la libertad, con la satisfacción de la enseñanza.

No sé si sean casualidades, destino o azar, no lo sé, pero de alguna forma el mundo confabula para que lo inesperado avance y cambie.

Llevo esperando este día hace meses.
31 de enero 2015

Saber morir cuesta la vida.
Antonio Porchia.

Gracias Dios, mami, Alejo
y obvio Daniel.

Día 276.

Un feliz feliz cumpleaños

Hace un año ni en el mejor de los sueños hubiéramos soñado estar donde hoy estamos.

Es curioso porque es raro, y más raro por como ha venido.
Hace un año mi vida era otra, mis metas otras, mis prioridades otras…
y sólo ahora en este punto observo sorprendida cuánto he cambiado,
cuánto he aprendido y qué tantos colores han matizado mis días.

El sol no brilla igual todas las mañanas, pero hace un año aproximadamente viene alumbrando mi paso, viene contagiando su luz y sus palabras.
Y es una luz extraña, no es amarilla, blanca o naranja,
es una luz verde, un sol de esmeralda, que habita una mirada.

De cumpleaños no puedo darte el cielo, ni una bonita corbata.
No puedo llevarte serenata, ni cocinarte mermelada.
De cumpleaños lo único que tengo son palabras,
para hacer cuerdas de la ropa o cortinas para sala;
letras para estirar consuelos o amarrar anzuelos;
letras para hilar mantas que te arrullen los sueños
de sol esmeralda.

Carta a un verde emancipado

¿Que si lo voy a extrañar?

Claro que lo voy a extrañar.

Y cuando esté lejos aún soñaré con su sonrisa y cantaré las canciones que ayer bailamos juntos.

Claro que me hará falta y claro que añoraré su presencia,  sus besos, su barba,  su cuerpo y su todo.

Pero ésta hora, es la hora de dejarlo ir, de sonreír orgullosa de todo que fuimos y de todo que fue; ésta es la hora de disfrutar la escena de un plano abierto con sus alas extendidas a punto de tomar vuelo, a punto de volar; ésta es la hora en que el cielo está despejado para la comodidad de su viaje y para la visibilidad de sus sueños; es así y sólo así como en ese momento puedo verlo.

Es ésta la hora de verlo tan emancipado como sólo usted puede serlo, como sólo usted sabe ser.

Ahora lo veo volando en medio del cielo azul, con sus alas abiertas llenas de esplendor.

Era éste el momento que tanto temía,  pero hoy es mucho menos que el miedo y supremo al amor.

Y hay un sabor a gloria en mi boca, y una dicha en su cuerpo,  y un recuerdo diáfano y vivo en su alma y mi alma.

Titania.

Pensamientos después de sueños.

Pienso constantemente en él
y en todo lo que su nombre abarca.
Pienso en el inicio de esta historia
y en la profundidad de los sentimientos.
Pienso en la proximidad de sus brazos
y en la tersura de sus manos.
Pienso en su pasado y en el mío,
en la cadena de circunstancias
que hemos debido pasar
para tener lo que hoy tenemos
(y sentimos).
Pienso en lo frías que fueron las noches
en las que odiaba estar solo
y cómo esta soledad fue amándolo
y él dejó de odiarla
para llegar a comprenderla
y vivirla.
Pienso en el tiempo que perdí
buscando sus besos en el aire,
en lo volátil
y en cómo ahora
(y a pesar de la distancia)
sonrío gracias a sus ojos.