Una bella historia

No es fácil encontrar personas en el camino que acepten el reto de nadar en un charco de mierda con un peso mas encima; y si, es cierto, la vida es eso y solo eso, un charco de mierda el cual hay que pasar nadando o comiendo.
Un día de esos en los que no se hacia ni mierda en las congeladas playas de aquel nevado en donde vivíamos, nos hallábamos como siempre, ensayando en el mismo lugar. Ese ensayadero de paso (si es que así se le puede llamar a ese basurero) donde el platillo estaba destrozado, la guitarra pedía a gritos que la afinaran y el bajo no sonaba muy fuerte pero aun así lograba un contraste perfecto con el ¡tupa tupa! del bombo.
La flaca siempre solía hacerse a la izquierda de los tarros, de lleno en lo suyo: la guitarra. ¡Qué manera de tocar! esas cuerdas parecían contar los tiempos esperando el momento de reventase. Suelo recordarla con una canción del ultimo Resorte llamada agresividad controlada ¡eso era la flaca! una explosión de energía en presentación de spray; el compact caos de los electric deads.
Cuando tocaba, me era imposible creer que tanto odio viniera de una crestica verde; sí, porque la flaca tenia su cresta, que después de algún tiempo parecía un arcoíris; tenía sus botas, unas rojas, otras café, unas marrón e incluso unas de ositos. Quien diría que esas mismas botas obligaban a esos pies a patear culos.
En el centro del basurero aquel (que hoy llamare ensayadero) estaba el gripe y su sonrisa de oreja a oreja. Gripe parecía trabado todo el tiempo, siempre sonriente y alegre, como si un par de ganchos le unieran las esquinas de la boca con la punta de las orejas. A veces me cuestionaba el por qué de esa expresión tranquila y relajada, ¿acaso era su naturaleza sonreírle a un mundo que atrofia cerebros? ¿Cómo coordinaba para fumar, tocar y tras del hecho sonreír? Nunca lo supe, pero ¡qué manera de tocar los tarros! no sé si lo hacia bien, no sé si lo hacia mal, no lo sé, sólo sé que ese bombo era el corazón que latía y enviaba sangre a todos los órganos de ese cuerpo.

No éramos los mejores, pero cada cual hacia lo suyo dentro de su historia. Aunque nadie coordinaba a qué genero pertenecía cada escena, pero es que ¿cómo demonios iba yo a saber en que pensaba la flaca o gripe mientras torturaban sus instrumentos?

Mientras tocaba pensaba en mil cosas, masacres policiales, bellas embriagueces, calamidades eclesiales, en el amor (cuando creía en el amor, claro está) e incluso llegué a creer que la batería y la guitarra estaban teniendo sexo sonoramente. Ver y escuchar a la flaka y a gripe, era devolverle la fe al amor.

Entonces entro yo.
No era suficiente con que yo fuera la vocalista y bajista, no.
Aquellos dos habían sabido darme otro deber más en la banda y en el parche: violinista. Claro, bien o mal ellos lograron que yo tocara el violín, no solo en los ensayos sino en la calle, en las esquinas, en todos lados.
Cómo olvidar esas caras enfermas, llenas de frenesí.
No fui yo la mejor bajista. Eran necesarias explicaciones extra, y yo, solo hacia lo posible dentro de mis imposibilidades.
Allá me encontraba, a la derecha de los tarros, con ese bajo que parecía jalarme al suelo y con el micrófono en las muelas. Era un ensayo normal, instrumentos a un lado y el bendito alcohol sobre un amplificador,  pogueando  y bailando mientras nosotros tocábamos.
Terminamos de tocar un cover de Ratos de Porao que obviamente yo no cantaba, lo balbuseaba. Sólo a la flaka le sonaba bien. De pronto, sonó un teléfono y ese gesto hostil lo dijo todo “farra” en algún lado de ese moridero nos estaban esperando unas botellas de alcohol y hasta algo más.
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Ilustración por Roto